(The descent)
Jeff Long
Editorial Círculo de Lectores
Año 1998
Traducción de José Manuel Pomares
Diseño de Emil Tröger
Foto solapa: © James Balog
Género: Ciencia ficción
© 1998, Jeff Long
© 2000, Grijalbo Mondadori S.A.
ISBN 84-226-8466-7. Nº 27672-
Depósito Legal: Na-2135-2000
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Ike
Es fácil descender a los infiernos…pero volver
a subir,retroceder sobre los propios pasos hasta el
aire libre…,es un problema.
Virgilio, Eneida
1991
Al principio fue la palabra.
O las palabras.
En distintas partes del mundo se suceden hechos extraños relacionados con carnicerías, desapariciones, y sobre todo cuevas. Existe un mundo interior, un mundo abisal donde caminos kilométricos cruzan el planeta bajo miles de kilómetros de profundidad incluso por debajo de oceános. Y allí dentro hay seres, los llamados abisales.
Ike Crockett era un guía que en plena nevada en el Tibet se refugia con su grupo en una cueva que no conocía. Ike será el primero de los protagonistas en conocer a Isaac, un hombre grande, tatuado de pies a cabeza, ornamentado con grilletes y cadenas, con protuberancias en el cráneo y con múltiples heridas que delatan su tratamiento de esclavo.
Ali es una estudiosa de lenguas a punto de convertirse en monja.
Santos y De L'Orme se encuentran con Thomas, quien les propone formar parte del grupo Beowulf, un grupo de eruditos y ricos que se dedican a buscar a Satán. Según ellos, el mismo Satán es el creador de la raza abisal. Thomas recluta además a Ali y a Branch, entre otros.
Branch es un militar atacado por abisales. Nunca volvió a ser el mismo desde que ocurrió, y su cuerpo ha sufrido algunas de las mutaciones que tienen los abisales.
C. C. Cooper es un multimillonario con una idea fija: crear un país privado y único bajo tierra. Sólo mira el dinero. En la expedición que crea Cooper, va Ali con un grupo de soldados y civiles, entre ellos Ike, la víctima recuperada de los abisales.
Luchas de poder, guerras, asesinatos, traiciones y supervivencia caracterizan el descenso de los humanos. Los abisales, a su vez, luchan por sobrevivir salvajemente.
Fragmento
El ruido de los arañazos se hizo más fuerte. Parecía estar cada vez más cerca. Hubiera
querido salir disparado de allí, seguir cualquier dirección, a cualquier precio,simplemente huir.
- Aguanta -se ordenó a sí mismo. Lo dijo en voz alta. Era algo así como un mantra propio, como algo
que se decía a sí mismo cuando las paredes rocosas se hacían demasiado escarpadas, los puntos
de apoyo demasiado tenues o las tormentas excesivamente furiosas. Aguantar, resistir, no rendirse.
Ike apretó los dientes. Se esforzó por aquietar el movimiento de sus pulmones. Quitó de nuevo las pilas.
Esta vez las sustituyó por el juego de pilas casi agotadas que guardaba en el bolsillo.
Apretó el interruptor.
Luz. Una luz dulce.
Casi respiró en ella.
Se encontraba en un matadero de piedra blanca. La imagen de la carnicería sólo duró un instante.
Luego, la luz parpadeó y se apagó.-
¡No! -gritó en la oscuridad, y sacudió la linterna.
La poca luz que quedaba se encendió de nuevo. La bombilla brillaba con una tonalidad anaranjada oxidada
y se fue debilitando hasta que, repentinamente, se hizo comparativamente más brillante. Tenía menos de
una cuarta parte de su potencia habitual. Pero fue más que suficiente. Ike apartó la mirada de la pequeña bombilla y
se atrevió a mirar una vez más a su alrededor. El pasaje era un verdadero horror. Ike se incorporó en su pequeño
círculo de luz mortecina. Se movió con mucho cuidado. Por todas partes, sobre la pared, había rayas carmesíes, como
franjas de cebra.
Los cuerpos estaban dispuestos en fila. (...)
Olaf Stapledon
Título original: Star Maker
Año de publicación: 1937
Editorial: Minotauro
Colección: ---
Traducción: Gregorio Lemos
Edición: 2003
ISBN: 978-84-450-7445-9
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"Hacedor de estrellas es, además de una prodigiosa novela, un sistema probable o verosímil de la pluralidad de los mundos y de su dramática historia"
Jorge Luis Borges
Una noche de amargura y desengaño, un hombre contempla el firmamento desde lo alto de una colina. De pronto se ve inmerso en una suerte de viaje astral que lo traslada por toda la galaxia, de la que explorará el nacimiento y el ocaso, con la meta última de comprender la naturaleza de la fuerza primigenia, el enigmático «hacedor de estrellas».
Stapledon abre un gran angular cuyo protagonista es la inmensidad del tiempo y del espacio, invitándonos a una auténtica aventura existencial. Entre la cosmogonía y la fábula científica, ésta es, en palabras de Borges, una «novela prodigiosa» que ha merecido un lugar privilegiado entre los clásicos de la ciencia ficción.
¿Era el hombre verdaderamente, como a veces había deseado serlo, el punto donde se desarrollaba el espíritu cósmico, por lo menos en sus aspectos temporales? ¿O era él uno entre millones de puntos semejantes? ¿No tendría la humanidad, en una universal perspectiva, más importancia que una rata en una catedral? ¿Cuál era la verdadera función del hombre? ¿El poder, la sabiduría, el amor, la reverencia, todo esto a la vez? Acaso esta misma idea de función, de propósito, no tenía sentido en relación con el cosmos. Yo encontraría respuesta a estos graves interrogantes. Asimismo aprendería a ver con más claridad y a enfrentar más rectamente (así me lo dije a mí mismo) eso que vislumbramos a veces e inspira un sentimiento de reverencia.